El encuentro era inminente, la
guerra se avecinaba. La alineación de Marte con Venus era un llamado a la
colisión; cada vez que se enfrentaban estos cuerpos; las consecuencias eran placenteramente
fatales.
Hacía tiempo de la última conquista de los
guerreros rojos, aunque más bien eran bastantes blancos. En esta ocasión se
tenía la esperanza de volver a triunfar. En las filas del ejército rojo se
encontraba un descendiente directo de aquel gran guerrero marciano que tiempo
atrás hizo la luz. Este nuevo guerrero era más veloz que su ancestro; más
fuerte, más determinado y sabía que sólo él podía dar luz otra vez.
El día esperado llegó. La luz era
tenue, sensualmente tenue; se sentía la tensión en el ambiente. El nerviosismo
de los rojos era grande ¿Qué se debía hacer cuando se tuviera de frente al gran
gigante venusino? Era sólo uno, pero éste últimamente había recurrido a la brujería
para no ser conquistado. Hechos sin explicación habían terminado con millones
de guerreros rojos o blancos, dependiendo cómo se les quiera ver, ya sea por su
origen o por su color.
El embate marciano fue sumamente brusco,
no hubo un aviso previo. El cuerpo cavernoso en el que venían los millones de
guerreros rompió la barricada venusina, hubo sangre y un gran daño. Esto era un
muy buen indicio. Los millones de combatientes se preparaban para abandonar la
nave. Antes de salir les quedaba un largo camino. Se abalanzaron con velocidad
por una vereda bastante inclinada; corrieron todos a muy buen ritmo, unos se
perdían en el frenesí y caían fulminados, sólo los más audaces seguían cuesta
arriba. Siguieron así por un momento. La esperanza, el nuevo guerrero, iba en
la delantera; era impresionantemente veloz, sabía que su destino era dar luz,
siempre lo supo. De pronto se pegó un muy buen golpe, cayó muerto al igual que
todos, una barrera transparente les impidió llegar a su destino. El guerrero y
todos sus compañeros murieron con la ilusión de dar vida.
Terminaron, él se levanto y se
fue al baño. Los dos estaban agotados, había sido un muy buen round. Cuando salió del baño preguntó:
― ¿Cuando el otro? Digo, para la
parejita.
― No chingues, las friegas son
para mí.
― Pero habíamos quedado en algo,
aparte me está yendo bien.
― Pues sí, pero llegas tarde y yo
estoy apurada todo el día.
― Bueno, no quiero discutir,
luego lo hablamos, ¿Nos echamos otro?
― Vas.
Los planetas se alinean |