Desde la mañana el ambiente era distinto, este no sería un sábado común y corriente. La rutina de todos los sábados sería interrumpida, no se podía estar reposando la resaca del día anterior. Era momento para despertar y soñar, era tiempo para reponernos de otra resaca. El alcohol y los excesos de una noche de viernes no tenían cabida, en ese momento la cruda era de otra índole. Nuestra triste realidad exigía hacer algo, la apatía, la indiferencia y el miedo debían extinguirse, aunque fuera tan sólo por unas horas.
A medida que trascurría el sábado, aparecían personas con prendas blancas por doquier. Se respiraba un ánimo que motiva a cualquiera. El blanco lo portaban todos con orgullo. El sábado treinta de agosto, el color de la paz no discriminó a nadie y se unió a la lucha. Se apoderó de niños, adolescentes, mujeres, hombres, adultos mayores y de todos aquellos que ven sufrir a su patria. Poco a poco los copos de nieve se hacían notar con un solo propósito: reclamar el país que ha sido secuestrado.
Al pasar de las horas el nerviosismo crecía, el sentir era generalizado. Un grito habitaba en lo más profundo de los corazones. Un grito de ira y coraje con unos tintes de esperanza que esperaba explotar entre la extraña nieve que se apoderaba de nuestra Cuernavaca. Eran las 19:20 cuando de pronto estalló, salió de la voz de una señora de edad madura: ¡YA BASTA!
Zarpa la nave
Desde las 18:00 horas se veía venir una avalancha de nieve que tapizaría el centro de la ciudad de Cuernavaca. La cita era a las 19:00 en el estacionamiento de la Mega Comercial de la Selva, a esa hora estábamos listos para zarpar. La parte de la avalancha en la que me encontraba comenzó a fluir a las 19:20, íbamos atrás pero la energía era en la misma en cualquier parte de la corriente. El paso de este enorme monstruo blanco llevaba ritmo, paso lento pero constante y sobre todo tenia un objetivo común; reclamar a las autoridades por la violencia que arrasa con nuestro país.
El ánimo de las personas era descomunal, el ambiente era inmejorable, caminando juntos por un objetivo en común. Sonrisas alumbraban los rostros de las personas, el entusiasmo era palpable. El ambiente era completamente positivo, sin embargo no faltó quien derramó lágrimas por ese ser que fue arrebatado por la delincuencia. Y es que el optimismo es lo único que nos queda ante la nostalgia de un territorio que es un edén pero que han salpicado de sangre, la nostalgia de cuando caminar en la noche morelense era un placer y no un peligro, la nostalgia de cuando vivíamos tranquilos.
Era imposible no escuchar lo que se decía: “Estamos hasta la madre”, “Ya estuvo bueno”, “A ver si estos huevones hacen algo”, entre otros comentarios que se hicieron durante esta emotiva caminata. Mientras acelerábamos el paso dejamos atrás las negras nubes que nos iban acompañando. Las abandonamos de la misma forma en que se pretende dejar atrás la delincuencia y que quede como eso; un lamentable recuerdo, sólo eso. De la misma forma en que nos acercábamos a nuestro destino, la noche comenzaba a presentarse a esta cita.
En la calle Mariano Matamoros, a la altura de la Eléctrica Herrera, algunas velas comenzaron a encenderse. Nos faltaba poco, pero algunos ya ingerían agua o alguna otra bebida constantemente. Y es que en un país en el que la cultura del deporte y el ejercicio físico se encuentran en agonía, una caminata de unos cuantos kilómetros puede resultar un martirio para algunos. El cansancio y la amenaza de lluvia nunca mermaron el ánimo de los blanquecinos asistentes.
Himno al Corazón
Justo cuando arribamos al Jardín Juárez se empezó a entonar el himno nacional. La mayoría desentonó pero que importa la afinación cuando se canta con lo más profundo de las entrañas. No importa nada mas cuando entre tanta ira y coraje abunda la esperanza. Un fuerte calambre recorre mi cuerpo y recuerdo que somos herederos de una raza de guerreros. Sólo un muerto no podría sentirse conmovido por este espectáculo tan hermoso. Entonar el himno nacional ese día fue una experiencia sumamente bella que me llena de alegría. Somos guerreros hay que luchar.
Como cualquier sábado el Jardín Juárez olía a elotes y ezquites, pero se percibe otro olor en el ambiente: unión, huele a unión entre los mexicanos. Se entona el himno, se grita: ¡Si se puede!, se corea México, México, México… No juega la selección mexicana de fútbol, no se ganó contra Brasil o Argentina, no se ganó ninguna medalla olímpica y no es 15 de Septiembre. Fue el día en que decidimos pintarnos de blanco, decidimos marchar como hermanos, decidimos alzar la voz y gritar: ¡YA BASTA!
El Zócalo lucia pletórico, lucía hermoso y majestuoso. Estaba ahí siendo cómplice del encuentro, decidió vestirse de negro, pero todos llevamos luz. Al ver el traje de luces que se le obsequió, tomó la alternativa de valiente torero y salió al ruedo a matar. Fue participe de la noche en que Cuernavaca marchó junto con todo el país, fue en el Zócalo donde se desbordó la avalancha que exige paz.
Tlaloc presente
Una por una se fueron apagando las velas, el Zócalo se quitó el hermoso traje de matador y regreso a ser el guardián que es. A las 20:40 horas cada quien tomó su camino, la marcha había terminado. Se reclamó en contra de las autoridades incompetentes y decrepitas, se les exigió, pero todos esperamos su pronta respuesta. El fuego simboliza la esperanza, esa llama eterna que debe de seguir habitando en nuestros corazones, el fuego es lucha, el fuego es vida.
La noche del sábado fue perfecta, la complicidad apareció de todos lados. Después de la marcha, unos 50 minutos después se dejó caer un aguacero intempestivo, acompañado de un vendaval lleno de furia. Es como si Tlaloc nos hubiera dado la oportunidad de llegar a nuestros hogares, para después hacerse presente. Tlaloc también llora por ese edén que se ha convertido en un asqueroso matadero, llora por los suyos. Pero esta furia nos da muestras de que la renovación puede venir. Es hora de pelear y terminar con la violencia, debemos de luchar por nuestro edén.
A medida que trascurría el sábado, aparecían personas con prendas blancas por doquier. Se respiraba un ánimo que motiva a cualquiera. El blanco lo portaban todos con orgullo. El sábado treinta de agosto, el color de la paz no discriminó a nadie y se unió a la lucha. Se apoderó de niños, adolescentes, mujeres, hombres, adultos mayores y de todos aquellos que ven sufrir a su patria. Poco a poco los copos de nieve se hacían notar con un solo propósito: reclamar el país que ha sido secuestrado.
Al pasar de las horas el nerviosismo crecía, el sentir era generalizado. Un grito habitaba en lo más profundo de los corazones. Un grito de ira y coraje con unos tintes de esperanza que esperaba explotar entre la extraña nieve que se apoderaba de nuestra Cuernavaca. Eran las 19:20 cuando de pronto estalló, salió de la voz de una señora de edad madura: ¡YA BASTA!
Zarpa la nave
Desde las 18:00 horas se veía venir una avalancha de nieve que tapizaría el centro de la ciudad de Cuernavaca. La cita era a las 19:00 en el estacionamiento de la Mega Comercial de la Selva, a esa hora estábamos listos para zarpar. La parte de la avalancha en la que me encontraba comenzó a fluir a las 19:20, íbamos atrás pero la energía era en la misma en cualquier parte de la corriente. El paso de este enorme monstruo blanco llevaba ritmo, paso lento pero constante y sobre todo tenia un objetivo común; reclamar a las autoridades por la violencia que arrasa con nuestro país.
El ánimo de las personas era descomunal, el ambiente era inmejorable, caminando juntos por un objetivo en común. Sonrisas alumbraban los rostros de las personas, el entusiasmo era palpable. El ambiente era completamente positivo, sin embargo no faltó quien derramó lágrimas por ese ser que fue arrebatado por la delincuencia. Y es que el optimismo es lo único que nos queda ante la nostalgia de un territorio que es un edén pero que han salpicado de sangre, la nostalgia de cuando caminar en la noche morelense era un placer y no un peligro, la nostalgia de cuando vivíamos tranquilos.
Era imposible no escuchar lo que se decía: “Estamos hasta la madre”, “Ya estuvo bueno”, “A ver si estos huevones hacen algo”, entre otros comentarios que se hicieron durante esta emotiva caminata. Mientras acelerábamos el paso dejamos atrás las negras nubes que nos iban acompañando. Las abandonamos de la misma forma en que se pretende dejar atrás la delincuencia y que quede como eso; un lamentable recuerdo, sólo eso. De la misma forma en que nos acercábamos a nuestro destino, la noche comenzaba a presentarse a esta cita.
En la calle Mariano Matamoros, a la altura de la Eléctrica Herrera, algunas velas comenzaron a encenderse. Nos faltaba poco, pero algunos ya ingerían agua o alguna otra bebida constantemente. Y es que en un país en el que la cultura del deporte y el ejercicio físico se encuentran en agonía, una caminata de unos cuantos kilómetros puede resultar un martirio para algunos. El cansancio y la amenaza de lluvia nunca mermaron el ánimo de los blanquecinos asistentes.
Himno al Corazón
Justo cuando arribamos al Jardín Juárez se empezó a entonar el himno nacional. La mayoría desentonó pero que importa la afinación cuando se canta con lo más profundo de las entrañas. No importa nada mas cuando entre tanta ira y coraje abunda la esperanza. Un fuerte calambre recorre mi cuerpo y recuerdo que somos herederos de una raza de guerreros. Sólo un muerto no podría sentirse conmovido por este espectáculo tan hermoso. Entonar el himno nacional ese día fue una experiencia sumamente bella que me llena de alegría. Somos guerreros hay que luchar.
Como cualquier sábado el Jardín Juárez olía a elotes y ezquites, pero se percibe otro olor en el ambiente: unión, huele a unión entre los mexicanos. Se entona el himno, se grita: ¡Si se puede!, se corea México, México, México… No juega la selección mexicana de fútbol, no se ganó contra Brasil o Argentina, no se ganó ninguna medalla olímpica y no es 15 de Septiembre. Fue el día en que decidimos pintarnos de blanco, decidimos marchar como hermanos, decidimos alzar la voz y gritar: ¡YA BASTA!
El Zócalo lucia pletórico, lucía hermoso y majestuoso. Estaba ahí siendo cómplice del encuentro, decidió vestirse de negro, pero todos llevamos luz. Al ver el traje de luces que se le obsequió, tomó la alternativa de valiente torero y salió al ruedo a matar. Fue participe de la noche en que Cuernavaca marchó junto con todo el país, fue en el Zócalo donde se desbordó la avalancha que exige paz.
Tlaloc presente
Una por una se fueron apagando las velas, el Zócalo se quitó el hermoso traje de matador y regreso a ser el guardián que es. A las 20:40 horas cada quien tomó su camino, la marcha había terminado. Se reclamó en contra de las autoridades incompetentes y decrepitas, se les exigió, pero todos esperamos su pronta respuesta. El fuego simboliza la esperanza, esa llama eterna que debe de seguir habitando en nuestros corazones, el fuego es lucha, el fuego es vida.
La noche del sábado fue perfecta, la complicidad apareció de todos lados. Después de la marcha, unos 50 minutos después se dejó caer un aguacero intempestivo, acompañado de un vendaval lleno de furia. Es como si Tlaloc nos hubiera dado la oportunidad de llegar a nuestros hogares, para después hacerse presente. Tlaloc también llora por ese edén que se ha convertido en un asqueroso matadero, llora por los suyos. Pero esta furia nos da muestras de que la renovación puede venir. Es hora de pelear y terminar con la violencia, debemos de luchar por nuestro edén.
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