Es imposible no recordar el 2 de octubre. En 1968 la Plaza de las Tres Culturas se tiñó de rojo por la sangre de la juventud mexicana. Es una fecha que no se olvida y que siempre estará en la mente del pueblo mexicano. Pero también hay otro 2 de octubre, un 2 de octubre recordado por los futboleros. El 2 de octubre del 2005, 37 años después de Tlatelolco, la juventud mexicana alzó la voz una vez más. Perú presenció como unos escuincles mexicanos le ganaron a Brasil la Copa del Mundo sub 17.
México nunca ha sido una potencia en el fútbol. Es cierto, somos potencia en CONCACAF, pero no cuenta. La CONCACAF representa la zona geográfica de menor nivel futbolístico, debajo de Asia y África. Es triste ver que un país con una población tan grande y donde el fútbol es el deporte nacional, nunca ha destacado a nivel mundial. La economía no es un factor determinante, porque Argentina y Brasil siempre han sido potencias futboleras y se encuentran en escenarios socioeconómicos similares a los de México, pero nosotros tenemos arpías como federativos.
A veces es difícil luchar contra un monstruo llamado pasado, pero es posible. Las expectativas de esa selección sub 17 eran grandes. Jesús Ramírez, entrenador de los niños, desde su llegada a Perú, sede mundialista, dijo que México iba por el título. Nadie lo tomó en serio, sus declaraciones eran aventuradas, pero sin miedo. En un inicio, la difusión del certamen en nuestro país era casi nula, conforme avanzó la justa mundialista todas las miradas apuntaban hacia el país andino.
México avanzó la primera fase como segundo lugar de grupo, ganándole a Uruguay y Australia y se perdió contra Turquía. En cuartos de final se derrotó a Costa Rica, este partido fue agónico, el partido estaba en la recta final y México iba perdiendo uno a cero por un autogol de Efraín Juárez, pero al minuto 88 quien marcará en propia meta, se sacó la espina y empató el cotejo. El partido se ganó en tiempo extra por 3-1. En semifinales se goleó 4-0 a Holanda, escuadra caracterizada por su gran semillero de jugadores.
Se llegaba a la final contra Brasil, contra el país que transpira fútbol. Todo estaba puesto para derrotar a la historia, el marco era excepcional. Toda la afición futbolera mexicana estaba atenta de jugadores que aún no cobraban por patear un balón. Eran niños que jugaban por amor al deporte más hermoso del mundo. Era hora de luchar contra los fantasmas de un país mediocre en el fútbol, enfrente estaba una camiseta que juega sola. En la competición futbolista que sea, la escuadra verdeamarela siempre será respetada. Irónicamente México era favorito.
Lo sucedido aquella noche aún me emociona, se le dio un verdadero baile al país en el cual el fútbol es una religión. Once niños héroes cambiaron la historia, dieron la vuelta olímpica y el resultado le dio la vuelta al mundo. Nada más bello que escuchar: México Campeón del Mundo. Una nueva generación de futbolistas rompió con una maldición que parecía eterna. La juventud tomó la alternativa y no defraudo, de la misma forma que 37 años atrás, no tuvo miedo y luchó, la juventud mexicana dio de que hablar.
Esta nueva generación sigue dando de qué hablar. Tres de los pilares de esa selección juegan en Europa con menos de 20 años: Giovanni, Vela y Héctor Moreno. En la liga mexicana chavos de esa camada son estrellas en México a pesar de su corta edad: Pato Araujo, Cesar Villaluz y Omar Esparza. Son jóvenes que ven el fútbol de otra manera y sobre todo son unos soñadores. Y es que, con los pies también se sueña.
Bolita, por favor.
México nunca ha sido una potencia en el fútbol. Es cierto, somos potencia en CONCACAF, pero no cuenta. La CONCACAF representa la zona geográfica de menor nivel futbolístico, debajo de Asia y África. Es triste ver que un país con una población tan grande y donde el fútbol es el deporte nacional, nunca ha destacado a nivel mundial. La economía no es un factor determinante, porque Argentina y Brasil siempre han sido potencias futboleras y se encuentran en escenarios socioeconómicos similares a los de México, pero nosotros tenemos arpías como federativos.
A veces es difícil luchar contra un monstruo llamado pasado, pero es posible. Las expectativas de esa selección sub 17 eran grandes. Jesús Ramírez, entrenador de los niños, desde su llegada a Perú, sede mundialista, dijo que México iba por el título. Nadie lo tomó en serio, sus declaraciones eran aventuradas, pero sin miedo. En un inicio, la difusión del certamen en nuestro país era casi nula, conforme avanzó la justa mundialista todas las miradas apuntaban hacia el país andino.
México avanzó la primera fase como segundo lugar de grupo, ganándole a Uruguay y Australia y se perdió contra Turquía. En cuartos de final se derrotó a Costa Rica, este partido fue agónico, el partido estaba en la recta final y México iba perdiendo uno a cero por un autogol de Efraín Juárez, pero al minuto 88 quien marcará en propia meta, se sacó la espina y empató el cotejo. El partido se ganó en tiempo extra por 3-1. En semifinales se goleó 4-0 a Holanda, escuadra caracterizada por su gran semillero de jugadores.
Se llegaba a la final contra Brasil, contra el país que transpira fútbol. Todo estaba puesto para derrotar a la historia, el marco era excepcional. Toda la afición futbolera mexicana estaba atenta de jugadores que aún no cobraban por patear un balón. Eran niños que jugaban por amor al deporte más hermoso del mundo. Era hora de luchar contra los fantasmas de un país mediocre en el fútbol, enfrente estaba una camiseta que juega sola. En la competición futbolista que sea, la escuadra verdeamarela siempre será respetada. Irónicamente México era favorito.
Lo sucedido aquella noche aún me emociona, se le dio un verdadero baile al país en el cual el fútbol es una religión. Once niños héroes cambiaron la historia, dieron la vuelta olímpica y el resultado le dio la vuelta al mundo. Nada más bello que escuchar: México Campeón del Mundo. Una nueva generación de futbolistas rompió con una maldición que parecía eterna. La juventud tomó la alternativa y no defraudo, de la misma forma que 37 años atrás, no tuvo miedo y luchó, la juventud mexicana dio de que hablar.
Esta nueva generación sigue dando de qué hablar. Tres de los pilares de esa selección juegan en Europa con menos de 20 años: Giovanni, Vela y Héctor Moreno. En la liga mexicana chavos de esa camada son estrellas en México a pesar de su corta edad: Pato Araujo, Cesar Villaluz y Omar Esparza. Son jóvenes que ven el fútbol de otra manera y sobre todo son unos soñadores. Y es que, con los pies también se sueña.
Bolita, por favor.
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